El perdón


- “¿Cuántas veces debemos perdonar?” - Preguntó Simón Pedro al Señor en una ocasión – “¿Hasta siete veces?”. Pero el Señor le respondió hasta setenta veces siete (Mt 18,21-22). Setenta veces siete no implica que perdonemos solo 490 veces, realmente significa siempre, perdonar siempre .



Pero, ¿cómo debe ser ese perdón? Y es ahí donde la mayoría de nosotros caemos en el error. Perdonamos de palabra, pero no con sinceridad. Perdonar una ofensa sin desprendernos del rencor conlleva un doble pecado; en primer lugar porque guardamos odio en el corazón, y así no se puede amar verdaderamente. Y por otro lado, pecamos de hipocresía, al haber mentido al ofensor al ofrecer un falso perdón.







Que común hoy en día es perdonar falsamente, y esperar a que el ofensor cometa un descuido para ofenderlo nosotros en retribución. La venganza, dicen, es dulce, pero no por ser dulce deja de ser un veneno que corroe nuestra capacidad de amar.



Si diste un perdón, dalo verdaderamente, perdona sin buscar venganza.



Y, ¿cuándo debemos perdonar? Se dice comúnmente que el perdón es un sentimiento, por tanto, no podemos perdonar a menos que lo sintamos. Eso es otro grave error, creer que el perdón debe darse solo cuando la herida ha sanado. Pero que tontería, ¿cuándo se ha visto que una herida sane con rencor y no con amor?. El perdonar es un acto propio de la inteligencia, y es ahí donde debe nacer, alimentándose de la piedad, moviendo la voluntad.



Debemos perdonar siempre, ya lo dijo el Señor, y debemos perdonar aún sin que se nos ofrezca una disculpa, con la herida aún abierta, que solo con el amor sanará verdaderamente. De esa manera, cuando el ofensor venga a nosotros, la herida estará totalmente curada, sin rencor y sin hipocresía de por medio, ofreceremos el acto piadoso de perdonar sin limitaciones.



He perdonado, ¿debo olvidar?. No, el perdón no significa olvidar, significa desprenderse del rencor y ofrecer amor a cambio de la ofensa. Pero no implica olvidar. Si olvidamos, estaremos sentenciados a cometer nosotros mismo esa ofensa, si olvidamos, estaremos sentenciados a no saber perdonar de nuevo. Toda herida deja una cicatriz, imborrable y palpable, y en lo personal, creo que Dios premiará enormemente cada cicatriz bien sanada en el amor que nuestro corazón le presente en la hora de nuestro juicio.




Yo quiero llegar ante Dios y cuando me pregunte -¿Cuánto has amado?- les responderé mostrándole las cicatrices en mi corazón. - Mira Señor, tú amor ha curado estas heridas, no he dejado herida abierta, he amado hasta a mis enemigos.



El oficio de Dios es perdonar, pero lo hace donándose en un acto sublime e infinito de amor a nosotros, y con rencor en el corazón es imposible imitar a Cristo. Debemos donarnos enteros en un acto único de amor a los demás, y el perdón es uno de los caminos más eficaces a vivir a imitación de nuestro Señor.


No hay comentarios:

Publicar un comentario